sábado, 22 de octubre de 2011

Ecosistema:¿Que sucede si una especie es llevada a un habitat distinto?

Una ardillita ya es amenaza en Luján

Otro  ejemplar exótico, la panza roja se reprodujo de modo inusitado y ahora roe hasta los cables….
A veinticinco años de su introducción, una especie de ardilla de panza roja, exótica para nuestro país, se reprodujo de tal forma en la zona aledaña al río Luján que los especialistas comienzan a considerar que podría convertirse en una amenaza.
Esto sucede cuando el hombre interviene en la tarea de la naturaleza y transporta de un continente a otro ejemplares que luego crecen en forma descontrolada.
Las ardillas ahora se encuentran diseminadas por todos los continentes, excepto en la Antártida.
La Fundación Vida Silvestre Argentina (FVSA) estableció en 1996 que se trata de la Callosciurus erythraeus, oriunda del sudeste asiático.
Los innumerables ejemplares que hay ahora en la zona provienen de tres parejas liberadas en la zona de Villa Flandria.
La organización conservacionista alerta sobre la existencia en números aún no precisados de este roedor, que se alimenta de frutos silvestres, flores y brotes tiernos, pero que también acostumbra roer los cables del tendido telefónico y de cable.
Pequeña, peluda y suave
El simpático animalito de peludo cuerpo gris pardusco y frondosa cola vive en las copas de los árboles de la región nordestina de Buenos Aires y se ha extendido en ese territorio hasta ocupar unos 250 kilómetros cuadrados.
En la década del setenta el belga Ignacio Steverlynck llevó ardillas al pueblo que fundó su padre en el partido de Luján, Villa Flandria.
Según la última revista de la FVSA, los animalitos habían estado un amplio jaulón construido en la propiedad de la familia, pero como no se adaptaban al cautiverio, Steverlynck las soltó por temor a que murieran en su totalidad.
Tres casales fueron liberados en los bosques del lugar y pronto se adaptaron a las nuevas condiciones de supervivencia, en un territorio que parecía apto para su procreación y desarrollo.
Los vecinos de la zona comenzaron a notar su presencia a los pocos años: saltaban de rama en rama y comían las bellotas de los robles y los frutos de paraísos, acacias y tilos de las plantaciones.
Estos mansos animalitos viven unos cinco años, promedio, en cautiverio. Tienen de dos a tres crías que nacen casi ciegas y son amamantadas, son de hábitos diurnos y viven en nidos que ellas mismas realizan con corteza de los árboles y pasto.
Gustavo Aprile cuenta en su investigación que al principio se creía que era una especie europea, proveniente de Bélgica, pero que en la Fundación Ecológica de Luján se descubrió que no era así.
El origen de la Callosciurus es asiático y se dice que habita de Tailandia a Taiwan, donde deambula en los bosques húmedos.
En nuestro territorio se alimenta de frutos y puede comerlos tomándolos con sus patas delanteras usadas como manos mientras pende cabeza abajo de una rama o cuando salta a otra, en movimientos sumamente graciosos.
En su hábitat natural las ardillas roen la corteza de los árboles de látex y a veces hasta consumen esa savia. Se han extendido por bosques y sabanas y hasta por plantaciones agrícolas, a las que pueden llegar a devastar.
No es la primera vez
La mayoría de las especies exóticas son mamíferos y siempre se vincula su introducción con el hombre. Así sucedió en nuestro país con los castores de Tierra del Fuego (ver recuadro aparte) y con los ciervos de la pampa.
Un ejemplo de esto son los conejos que fueron introducidos en territorio australiano. Ese roedor fue importado de Gran Bretaña por Thomas Austin, que llevó una veintena de ejemplares en 1859.
A los seis años, el mismo terrateniente que los había llevado para no extrañar a las peludas mascotas de Inglaterra se encontró cazándolos para evitar que se convirtieran en plaga, lo que finalmente sucedió. En ese lapso calculó que había dado muerte a unos 20 mil y que subsistían en Australia más de diez mil.
Los recurrentes fracasos que la falta de previsión produjo con la incorporación de especies exóticas parece probar una vez más el dicho que sostiene que la humana es la única especie que tropieza dos veces con la misma piedra.
Hasta el momento las ardillas de Villa Flandria sólo han sido avistadas en la zona descripta, alrededor del río Luján, y se han extendido hacia las poblaciones vecinas de Jáuregui, Olivera, Corines, Luján y Goldane, de acuerdo con los primeros testimonios.
No sería de extrañar que, ante la falta de predadores naturales, la especie se disperse más allá de la zona en que fue liberada y, por ejemplo, invada el delta del Paraná, donde abundan numerosas aves y mamíferos autóctonos con los que competiría por el territorio.
El problema que puede ocasionar la ardilla de reciente introducción es competir por los alimentos con especies de la zona, diseminar enfermedades que otras mamíferos no tienen, parásitos o virus que pudieran hacer peligrar a otras poblaciones de animales, y devastar los bosques o cultivos de frutales.
Si se pudiera acotar su radio de acción a un predio controlado, el simpático roedor de cola peluda no dejaría de ser la atracción que es en algunas partes del mundo para convertirse en una plaga.
Pero para ello hace falta, cuanto menos, determinar la cantidad de población existente y la consecuente adopción de medidas que impidan trastornos que luego se lamenten.
La moraleja que en el Sur dejó el castor
Si se hace memoria de episodios similares, el caso de la ardilla roja en Luján tiene puntos de contacto con lo que ocurrió tras la introducción del castor en Tierra del Fuego: lo que empezó como una buena idea terminó en poco menos que un drama ecológico.
Durante el primer gobierno de Juan Perón, uno de sus funcionarios tuvo la idea de establecer una industria de pieles en el territorio austral. Para eso, ordenó la introducción de 25 parejas de castores.
Luego ocurrió lo que nadie previó. La industria fue un fiasco y el castor quedó librado a su suerte, en una tierra que parecía su paraíso particular: no sólo tenía bosques fantásticos, sino que, además, estaba desprovista de zorros, sus predadores naturales.
Conclusión: cincuenta años después, el castor es una plaga que amenaza los bosques de Tierra del Fuego y también de las islas cercanas.
Ahora nadie sabe muy bien qué hacer con el castorcito. El problema llegó a plantearse en foros ambientalistas internacionales y, con apoyo exterior, científicos locales idearon un sistema para reducir su población.
También hubo quien pensó en introducir una especie predadora. El zorro, por ejemplo. Pero allí ya se quemaron con leche y no están muy seguros de repetir la experiencia de implantar especies sin los estudios previos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.